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Pese a los dobles turnos, son pocos los niños sirios escolarizados en el Líbano |
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La señorita Hanan tiene 11 años y la mayoría de sus alumnos tiene su misma edad o menos. “Señorita Hanan” es como llaman a Hanan Abdel Garbou; ella es la maestra y se describe como una persona muy estricta. También es afortunada, aunque a primera vista no lo parezca. Esto es Fayda, en el valle de Bekaa, donde 70 familias sirias refugiadas viven en un asentamiento improvisado entre las ruinas de una fábrica de cebollas incendiada. ACNUR facilita materiales con los que reconstruir sus refugios, hornos y cupones de comida para los refugiados que viven aquí. Hanan va a la escuela en los denominados “segundos turnos”. Las escuelas públicas de Líbano, saturadas, ahora abren sus puertas para unos alumnos por la mañana y en un segundo turno a partir de las 2 de la tarde. Muchos de los estudiantes del segundo turno son refugiados sirios, 90.000 de ellos. Cada día Hanan coge el autobús escolar con otros 60 niños refugiados y realiza un viaje de media hora a una ciudad cercana. “Soy la afortunada de la familia” dice. “Mis hermanas mayores tienen que trabajar para que podamos vivir. Iban al instituto en Siria y querían hacer sus exámenes de ingreso en la Universidad pero no pudieron”. “We love school”, dice en voz alta y despacio, en inglés, un niño pequeño miembro de su “clase”. Pero la escuela para él y para los otros niños y niñas que están en este barrizal es simplemente la puerta sobre la que Hanan escribe letras en inglés. Sólo la mitad de los menores que viven en este asentamiento va a la escuela en el “segundo turno”. Ya hay más de un millón de refugiados sirios en el Líbano y, en todo el país, menos de un cuarto de los 400.000 niños refugiados en edad escolar van al colegio. Dora tiene seis años y forma parte de la clase que aprende sobre el barro. Su tía dice en privado que cuando ve a los otros niños hacer cola para coger el bus de la tarde, llora. La escuela, la verdadera escuela, es un regalo, un sueño para muchos niños refugiados. No muy lejos del valle de Bekaa, en Kamel El Loz, hay otra escuela y más clases de inglés. Allí está situado el centro de educación internacional Amel, levantado y financiado por ACNUR. A esto se le podría denominar el “tercer turno”. Aquí hay 130 alumnos de entre 6 y 14 añosque vienen tres tardes por semana. Han sido identificados y recomendados por sus profesores habituales porque necesitan ayuda. “Tienen problemas con el ingles”, dice uno de los siete profesores del centro. “A muchos de estos alumnos se les enseñó que el inglés era un idioma ‘enemigo’, así que algunos lo cogen con miedo y otros se toman las clases de inglés como un ‘tiempo libre’ y juegan. Asocian el árabe a su país y su rechazo a aprender inglés está vinculado a la pérdida de sus raíces. Eso es lo que estamos tratando de atajar aquí”. Estas clases son de refuerzo y, además de ellas, hay un psicólogo que lidera grupos de discusión con los alumnos para tratar sus miedos y la ira. Mientras, en las clases se hacen dictados. “¿Tu padre trabaja ahora?” lee en alto el profesor mientras los alumnos escriben. “No, ahora no trabaja”. Una de las mejores alumnas es Nadine, de 12 años. Sobre la pared hay un cartel que invita a los alumnos a “hacer del mundo un jardín bonito”. Pero Nadine, que maneja bien inglés, habla de pérdidas. “Echo mucho de menos a mi familia y mi país”. En la fábrica de cebollas consumida por las llamas, la clase de inglés está acabando. Sólo hay dos clases por semana porque la “señorita Hanan” tiene que trabajar preparando la comida para su familia y ayudando a su madre a lavar y limpiar. “Me gusta mucho el ingles”, dice Hanan después de su clase. “Y la escuela es genial”. Como muchos niños y niñas refugiados, fue obligada a huir de su casa en Siria y se convirtió en desplazada interna, por lo que perdió un año de clases antes de cruzar a Líbano. Entonces las retomó de nuevo en una “escuela informal” dentro de una tienda de campaña con una refugiada siria voluntaria. Ahora Hanan está incorporada al sistema escolar libanés y tiene que aprender mucho inglés y francés, los idiomas en los que se enseñan bastantes asignaturas. Para ella estudiar es un privilegio, algo de lo que se dio cuenta cuando vio a la hermana pequeña de una compañera de clase tratando de copiar las letras un día después de la escuela. Hanan se ofreció a enseñarla y así es como comenzó su carrera como “maestra”. ¿Y cuando sea mayor? “Pues yo quiero ser profesora, profesora de inglés”. Por Don Murray en Fayda, Líbano DONACIONES para la emergencia en Siria: web eacnur.org o 902 218 218 o mandando un SMS* con la palabra ACNUR al 28014.
*Donación íntegra de 1,20 euros para ACNUR. Válido para Movistar, Vodafone y Orange. |